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ACCESIBILIDAD UNIVERSAL: UN DERECHO, UNA NECESIDAD

El concepto de accesibilidad universal es relativamente reciente en el imaginario colectivo de nuestra sociedad y se concreta en las características que deben cumplir los entornos, bienes, productos y servicios para garantizar a TODAS las personas su acceso, comprensión, utilización y disfrute de manera normalizada, cómoda, segura y eficiente.

Este concepto presupone un esfuerzo legislativo, en el que se ha avanzado notablemente en los últimos años, pero todavía sigue siendo uno de los mayores caballos de batalla de las personas con discapacidad.

Aunque parezca una obviedad, nadie debería ser incluido en el mundo al que ya pertenece, pero la vida de una persona con discapacidad y, por extensión, el día a día de sus familias sigue lleno de obstáculos, de barreras.

La accesibilidad universal, en definitiva, no es más que la aplicación práctica de la definición de discapacidad que acuñó la Organización Mundial de la Salud en el 2001 y que representó un giro copernicano en lo relativo al modelo de sociedad inclusiva:

«La discapacidad es un fenómeno complejo que refleja una relación estrecha y al límite entre las características del ser humano y las características del entorno en donde vive.»

En el momento en el que ya no definimos la discapacidad a partir de las características individuales de una persona, sino en base a la capacidad de su entorno para dar respuesta a sus necesidades, ello nos obliga a actuar, a buscar soluciones, a desmontar barreras.

Si entendemos que cualquier persona será más o menos discapacitada en función de su entorno, empezaremos a entender la responsabilidad colectiva que tenemos todos en el éxito de la tan deseada sociedad inclusiva. Sin embargo, como sociedad estamos todavía lejos de conseguirlo.

Que un niño con movilidad reducida vaya al parque y deba conformarse con mirar cómo juegan los demás es un fracaso colectivo. 

Que una persona que se desplaza en silla de ruedas no pueda moverse libremente por su ciudad porque faltan ascensores en las estaciones de metro (o llevan días averiados) o porque los autobuses de su línea no están adaptados, etc. es un fracaso colectivo. 

Que un diputado que utiliza silla de ruedas no pueda ocupar su escaño con los otros miembros de su grupo parlamentario es un fracaso colectivo. 

Que una persona ciega no disponga de todos los dispositivos auditivos, en su casa y fuera de ella, para vivir una vida totalmente independiente o que no pueda leer la nota informativa que la compañía del gas ha colgado en su escalera porque no incluye la versión en braille es un fracaso colectivo.  

Que las personas con dificultades auditivas no puedan acceder a los contenidos de conferencias, productos audiovisuales, actos públicos o espectáculos por la ausencia de subtítulos o intérprete de lengua de signos es un fracaso colectivo. 

Que una persona con dificultades de comprensión lectora no pueda entender el prospecto de un medicamento que debe tomarse o una carta de su ayuntamiento porque no han sido redactados aplicando los criterios de lectura fácil es un fracaso colectivo. 

Que la brecha digital sea todavía más honda para las personas con discapacidad intelectual o para las personas ancianas es un fracaso colectivo. Y así podríamos seguir hasta llenar páginas enteras de fracasos. 

A pesar de ello, la lucha incesante de muchos colectivos y las iniciativas de algunas entidades van abriendo camino poco a poco. Y que esa lucha se traduzca en un éxito colectivo depende en gran medida de la participación directa de las personas afectadas.  La incorporación de personas con discapacidad y sus familias en la toma de decisiones es fundamental.  Su incorporación en los órganos de decisión, por ejemplo en el ámbito municipal, debe ser mucho más efectiva y garantizar así su participación en el diseño de sus calles, sus edificios, sus transportes, sus escuelas, sus espacios de ocio, etc.  

Porque un entorno diseñado por y para todos supone un beneficio para el conjunto de la sociedad puesto que todos, absolutamente todos, somos susceptibles de tener limitaciones o condicionantes en algún momento de la vida.

La accesibilidad universal representa, en definitiva, la consecución de una sociedad basada en la igualdad de derechos y oportunidades.

Anna Vallès Anglarill, filóloga, madre de dos hijos fantásticos, uno de ellos con síndrome de Down. Une el aleteo de su familia a Afecto Mariposa.

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